Presumo de tolerante (hasta donde te dejan las circunstancias), quién no, y desde luego nunca he sido un gran aficionado a los toros. La prohibición del Parlament me recuerda la extraordinaria frase que Andrés Calamaro descerrajó en Buenafuente a cuenta de los antitaurinos: Será que piensan que los cerdos que comen se mueren de la risa.
En todos estos temas hay muchos intereses y mucha demagogia. Crueldad, industria, defensa de los animales, ganadería. Todo cabe. Y recuerdo otra frase, en este caso de Pilar Rahola, no hace mucho, a cuenta de los artículos que el TC declaró inconstitucionales del Estatut: vino a decir que pensaba que los catalanes cabían en España y que así no cabían (así se refería a los retoques del TC).
Yo creo que si algo caracteriza a este país, a este territorio, a este pedazo de la piel de toro, es que cabe todo el mundo. Con algunos matices, porque para eso España es diversa y todas las zonas no son iguales en cuanto al carácter de sus habitantes, pero aquí cabe quien quiera caber. Querer construir una mezquita en un solar y que a los vecinos les guste más o menos es otro debate.
Lo que me pregunto es si hay un elevado porcentaje de catalanes que no quieren caber ni quieren que quepamos allí. ¿Qué justifica tener que hablar catalán para poder optar a empleo público (y a veces no público)? ¿Tan difícil es comprender que si un andaluz no puede opositar en Cataluña y un catalán puede opositar en Andalucía se genera una situación inasumible Constitución en mano?
¿Los toros? Sí, los toros. Bueno, es quizás la única tradición que une a todas las regiones españolas. Recomiendo este artículo de Luis Nieto. Cerrarle la puerta es una forma de distinguirse. Pudiendo dejarlo al arbitrio de cada municipio, que engrandecería a los garantes de las libertades, aún se sorprenden de que fuera de su territorio haya cada vez más gente (no yo particularmente, pero eso se nota) bastante conformes con el TC.
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