jueves, 18 de septiembre de 2014

Escocia y los ingleses



Adoro Escocia. Me trae recuerdos imborrables. La zona monumental de Edimburgo, el bullicio de Glasgow, la ría vista desde Dumfermline, la quietud de las montañas camino de las Highlands, las casas de colores en Skye, el paseo costero de Oban, incluso encontrar un hotel ya caída de noche y amanecer frente a una torre petrolífera del Mar del Norte... Y cada vez que alguien me habla de subdesarrollo andaluz, de carencias en comunicaciones, en equipamientos, etc, me acuerdo de Escocia. Lejos de las grandes ciudades (Glasgow, Edimburgo) sigue siendo un país maravilloso pero justito de muchas cosas: carreteras mal conservadas y de un solo carril, con los célebres 'passing places' (apartaderos para dejar avanzar al coche que viene enfrente), infraestructura hotelera escasa, etc. Pero insisto, maravilloso en todos los sentidos.


Entre las decenas de recuerdos estupendos que tengo hay uno que viene al hilo del referéndum de Escocia. Me quedé en una casa en Stirling (origen de William Wallace, el gran héroe nacional y símbolo de la resistencia contra los ingleses) y whisky mediante tuve una conversación con el dueño sensacional. Había estado en Sevilla ese año en la final de la Copa de la UEFA que el Celtic perdió en la prórroga contra el Oporto de Mourinho, pero mientras yo sí pudo verlo en el campo él se quedó en una pantalla gigante exterior bien servido de cerveza todo el día. Hablaba de Sevilla como si no le importara trasladarse hasta el final de sus días. Me explicó que el escocés, por naturaleza, tenía unas notables similitudes de carácter con el andaluz: afable, simpático, servicial y optimista, nada que ver con el inglés, me decía. Gran parte de los escoceses no es que tengan aversión al Reino Unido o a Inglaterra, se la tienen al inglés, al inglés WASP, que según este hombre les miraba con desprecio y prepotencia, dejando claro que son ellos los que mantienen al resto de miembros de la corona, al fiestero escocés, al cateto galés y al conflictivo norirlandés. Les consideraban casi un estorbo. ¿Les suena?.

Incidía en un tema de fondo que consideraba el origen de todos los males de la situación actual: "¿Sabes qué quiere ser el 60 o 65% de los ingleses?". Pues no, le dije. "¡Blanco!", me contestó como una bofetada de realidad. "En Inglaterra si no eres blanco no eres nada", añadió. "¿Y sabes qué quiere ser el resto?". Pues tampoco. Encogí los hombros imaginando que se refería a los ingleses que ya había conseguido ser blancos... hasta que gritó: "¡Escocés!".

Y apuramos nuestro whisky riendo y brindando por todo lo que teníamos en común. Las cosas, es verdad, han cambiado un poco. Hablamos de hace más de diez años y la consideración que el escocés tenía por su Parlamento era, en los primeros años del siglo XXI, tirando a cachondeable. Es evidente que eso ha cambiado. Eso sí, nunca tuve la sensación de que el escocés quisiera separarse de Inglaterra sino de los ingleses, en concreto de los ingleses blancos. De la mayoría de ellos, al menos.

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